Una realidad improcedente

Artículo de opinión publicado en Odiel Información de Huelva el viernes 15 de mayo de 2009

odiel

Autor: Ígor R. Iglesias

A las 10.00 horas, él (que también puede ser ella) sale de su casa y toma un café en el bar de la esquina. A las 11.00, tiene una rueda de prensa y antes aprovecha para repasar qué publican los periódicos. Espera su turno, porque el resto de clientes se dirimen también entre los titulares y la tostada. Tras la rueda de prensa, se dirige a otra, luego a la redacción, a comer; después, otra vez, a la redacción y así hasta la noche. Todo su día dedicado al periodismo, porque sarna con gusto no pica: ¡esto vocacional! Pero un día, su empresa decide prescindir de él (que también podría ser ella).

Esto no es un cuento literario. Se trata de una realidad que están viviendo nueve compañeros de otro periódico (Huelva Información) y otras tantas personas, que están al lado de estos profesionales de la información.

Buscar la productividad de un periódico, prescindiendo del periodista, es como si alguien pretendiera hacer más eficaz la empresa Damas prescindiendo de los conductores de autobús (y de los mecánicos, y de quien lleva las cuentas). Habría, pues, que preguntarse quienes son los que sobran en el entramado del organigrama empresarial.

Vivimos en un tiempo difícil, con duros recortes en los derechos de los trabajadores. Éste es un siglo que empieza a crecer en el sendero de un capitalismo brutal, en el que los empleados de cuello blanco (y también los de azul) estamos adormecidos y aceptamos con una escandalosa sumisión las imposiciones de quienes destruyen sueños, talento y calidad. ¿Por dónde vislumbrar, entonces, un atisbo de moderación y un mínimo humanismo en este sistema de capitalistas y de globalización?

La crisis es aprovechada por empresas de todo tipo para hacer recortes de plantilla y reestructuraciones varias. Nada importan las dificultades ni el destino de la víctima (siempre paga el trabajador, pero no el mal empresario o directivo). Nada importan su familia ni sus sueños ni su talento ni su esfuerzo, tras tantos años (y, vaya, aunque fueron pocos) vendiendo su trabajo y su tiempo a quien después te da una patada y te deja de patitas en la calle.

Lo que pasa en aquel medio y otras tantas empresas no es un hecho aislado. Puede pasarle a cualquiera. Todos nos sabemos baratos, hasta para ser despedidos. Y lo menos que debería dar es vergüenza.

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